sábado, 21 de mayo de 2011

Semana 11: Maldito parné… y otras “resistencias”

(espero que no me reclamen el pago de derechos de autor por citar este pequeño fragmento de la conocida canción “María de la O”).

Cualquier sector que ha vivido años de prosperidad y expansión, cuando viene una época de vacas flacas (sea cual sea la razón) pone en marcha los mecanismos de defensa necesarios para intentar mantener dicha situación o, si no es posible mantenerla, sí al menos, minimizar el efecto de la recesión. En este caso se trata de las industrias culturales que, afianzadas en la expansión que este sector ha ido experimentando desde su surgimiento a mediados del siglo XX, y sustentadas sobre métodos y soportes de otras épocas, han encontrado en la era digital, el azote de una serie de cambios que han afectado profundamente su base económica. El sector profesional de la cultura se ha acomodado a vivir al abrigo de leyes y normas que protegen fuertemente la creación contra la copia y la libre distribución. La digitalización de contenidos, fenómeno que se ha impuesto en nuestra era de forma imparable, pone seriamente en peligro dicha protección. El Copyright (© o derecho de copia) es el símbolo que indica que una obra está protegida contra la copia y distribución y la podemos equiparar a la “propiedad industrial”, implantada en ese sector y representada por las patentes. El fin que se persigue es el mismo: proteger las ideas y las creaciones en beneficio de quien las ha “inventado”. En definitiva, y para no extenderme mucho, diré que el fin de estas normas proteccionistas es canalizar el dinero generado por las creaciones hacia sus dueños.
Esta idea que, a priori, me parece legítima, pierde su razón de ser cuando, en el terreno cultural (que es el que nos ocupa) se convierte en lo que parece la mitificación de una deidad. Los músicos en general son artistas que no hacen otra cosa que copiar lo que han oído antes, aportar su personalidad en forma de variaciones (ritmo, armonía, texto, etc) y publicarlo de nuevo, con otro aire, otra forma, simplemente para ganar dinero. El resultado, si hay suerte, es que con pelotazos como “La Macarena” (una sola canción que es una copia casi exacta de otra canción de Desmadre 75, allá por el año 75), alguien se puede hacer millonario. O el insufrible Georgi Dann quien, a día de hoy, sigue viviendo (y no lo debe de hacer mal) de canciones que escribió hace más de 20 años.
Y esto, amigos, es profundamente injusto. Reconozco plenamente a todos el derecho a vivir de su trabajo, faltaría más, pero no a costa de recaudar, sin ningún tipo de límite, de los contribuyentes: comercios, radios, particulares (canon digital), etc, durante más de 70 años. Recordemos que cuando surgió el Copyright, el tiempo de protección de derechos era de 15 años desde la creación de una obra. Hoy en día este período se extiende hasta 70 años después de la muerte de su creador.
Considero que estamos, claramente, ante la sobre-protección de un derecho que debería considerarse amortizado mucho antes.
Las razones de esta “resistencia” de las industrias culturales son, desde mi punto de vista, económicas. Son muchos los millones de euros los que están en juego… Confío en que, de forma civilizada, encontraremos el equilibrio entre los derechos de unos y otros.
No olvidemos que estamos en una sociedad interconectada por innumerables lazos. El sector inmobiliario, el precio del suelo (ojo con los ayuntamientos aquí), la publicidad, el sector bancario, etc. Todo lo que sucede en un sector, repercute en el resto de forma inevitable e inmediata. Quien tiene un bar tiene que cobrar cada cortado pensando, no solo en el precio de coste del café, la leche y el azúcar, sino teniendo en cuenta el alquiler o amortización del local, el pago a la SGAE, el IBI, etc. Si todos los sectores quieren ganar mucho en poco tiempo, el resultado son burbujas de crecimiento incontrolado que, al final, nos estallan en la cara.


http://cultura-abierta.blogspot.com/2011/05/introduccion-en-un-concepto-tradicional.html

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